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Libérame

  • Foto del escritor: Eloquium.mx
    Eloquium.mx
  • 13 oct 2019
  • 2 Min. de lectura


 


 

Por: Melisa Sofía Jiménez Hernández*


Soy un hada.

Mi madre es el agua, origen del mundo; mi padre, el viento vagabundo.

Crecí correteando entre las hojas caídas del otoño y los lirios flotantes de la primavera.

Tenía cientos de hermanas y amigas; pero al final de la historia, quedé solo yo.

Hubo un enorme conflicto entre deidades dicotómicas, donde al final las únicas que perdimos fuimos nosotras.


Mis progenitores no hallaron la forma de protegernos durante el caos, por lo que caímos en las garras de su más acérrimo enemigo. Contemplé cómo mis hermanas eran atrapadas entre las fauces de la fiera, dejando tras de sí un horrible vacío en la existencia del mundo; aunque he de admitir que verlo es peor que sentirlo, pues poco después corrí la misma suerte que ellas.


Una antigua leyenda mencionaba que nosotras, las hadas Taraxacum, nos marchitamos al estar en soledad; pues la magia que poseemos depende de nuestra unión y fuerza mutua. Nosotras nos encargamos de proteger este mundo del caos y la oscuridad; llevamos luz y esperanza a los corazones desesperados. Es una labor titánica que en conjunto realizamos en pos del equilibrio de esta tierra.


“¿Qué será del mundo sin nosotras, hijas de la vida y la alegría?”, llorábamos desconsoladas tras el rapto.


Conocedor de la leyenda, nuestro captor nos separó, condenándonos así a una muerte lenta e impía. A cada una de nosotras nos encerró en un diente de la fiera y nos arrojó a la tierra de forma azarosa, pero los hizo de tal manera que ninguna hermana estuviera en contacto con la otra, con el fin de eliminar nuestra magia y legado. Con lo anterior, también se aseguraba de debilitarnos lo suficiente como para que no pudiésemos escapar durante nuestro periodo de agonía, y permaneciéramos cautivas esperando la fatalidad. Nuestra prisión es endeble, irrisoria; pero al estar en soledad no somos capaces de romper nuestra jaula.


Al viento vagabundo siempre le ha gustado susurrar al oído de aquellos cuyo corazón tiene dudas, de los que tienen miedo o indecisión sobre sus pasos; le gusta infundirles valor y por ello, sus hijas heredamos su afán por repartir esperanza al mundo.


Es él quien ha estado llamando a mis hermanas, les inspira el coraje para salir de su prisión, de su burbuja casi perfecta. Muchas ya se han ido con él; rompen su cáscara prisionera y corren con el viento a buscar al resto de nosotras. Se van para recuperar lo perdido, para regresar la magia y la esperanza a nuestro mundo querido.


He visto a algunos humanos tomar al diente de la fiera que aprisiona a algún hada Taraxacum, e inspirados por mi padre, la liberan con el esfuerzo de un susurro...


Vaya, siento la brisa acariciar mis mejillas con ternura, con candor; es mi padre llamándome de nuevo a su lado. ¿Será mi turno? ¿Podré irme con él? ¡Creo que es mi día de suerte! Aquí viene un humanillo, ¿me ayudarás? Te concederé un deseo si lo haces.


El humanillo (¿o humanilla?) toma mi prisión entre sus dedos y me sonríe. Creo que hoy seré libre. Lo último que alcanzo a escuchar es: “¡Qué bonito diente de león!”


 

*La autora es estudiante de Comunicación en la Facultad de Ciencias de la Comunicación BUAP y editora en Eloquium.

 
 
 

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