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Con sabor a pecado

  • Foto del escritor: Eloquium.mx
    Eloquium.mx
  • 24 sept 2018
  • 2 Min. de lectura


 


 

Por Melisa Sofia Jiménez Hernández*


Eclipse era el bar más popular de la ciudad de Puebla en los años 80. Las luces, la música el ambiente y las bebidas hacían que olvidaras hasta tu nombre; sólo existía el ahora: no había pasado ni futuro, Eclipse era atemporal.


Uno de los grandes encantos del lugar se centraba en las bebidas, que eran preparadas por el dueño del bar. Cada uno de los tragos contenían un sabor único y tenían la peculiaridad de que aquel delicado gusto, jamás se repetía.


“Depende de la persona” respondía el dueño de forma misteriosa cada que algún cliente curioso le preguntaba sobre ellas, mientras que su sonrisa se ladeaba como si recordara algún chiste privado, pero se mantenía tajante con la respuesta.


Cada año, durante el mes de octubre, el recinto se transformaba totalmente: las luces eran más brillantes, la música más alta, y las bebidas más deliciosas. Consistía así un atractivo irresistible para los juerguistas de la ciudad. Atraía personas como polillas a la luz.


Una vez dentro no había alma alguna que tuviera deseos de salir, aunque acá entre nos, no es como si pudieran lograrlo.


Una de tantas bulliciosas e interminables noches en Eclipse, apareció en el lugar un hombre bastante alto que sin mirar a nada ni nadie se dirigió a la barra. El dueño del bar lo miró con desdén, mientras que el resto de los clientes observaban asombrados que entre ambos sujetos existía un extraordinario parecido, la única diferencia era que el recién llegado vestía totalmente de blanco, mientras que el otro llevaba, como siempre, un atuendo oscuro.


Con voz tronante el hombre de blanco increpó a su opuesto, reclamándole no sólo que había violado las leyes divinas, sino que también había sacrificado incontables vidas inocentes.


Una sonrisa socarrona se dibujó en los labios del amonestado, y con sangre fría respondió que él sólo había cumplido con el deber impuesto por el hijo del padre: los humanos comían y bebían carne y sangre de sus semejantes.


Una vez revelado el secreto, Eclipse no volvió a abrir sus puertas; por la ciudad corrió el rumor de que en ese lugar existían demonios que preparaban tragos a base de carne y tripas de cerdo para hacer pecar a los feligreses. Aunque los restos encontrados en frascos en el local eran familiarmente humanos.


Nunca volvió a existir en Puebla un centro de diversión que superara el esplendor de Eclipse; pero se dice que, cada año, en las noches de octubre aparece ante aquellos que salen a divertirse el bar más luminoso y con el mejor ambiente que hayan visto en sus vidas, en el cual pueden olvidar su pasado y su futuro; un lugar donde sirven bebidas con sabor a pecado.



 

*La autora es estudiante de Comunicación en la Facultad de Ciencias de la Comunicación BUAP y miembro de Eloquium.

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